top of page

Indestructible

  • Mauricio Romo López Arce
  • 2 may 2017
  • 2 Min. de lectura

Cuando se empezó a relacionar en Valle Negro los sucesos extraños y las cartas anónimas con el escritor Alberto Rivera, los habitantes del pueblo sintieron un mal presentimiento sobre si el escritor de novelas de terror podría estar involucrado con todas esas terribles situaciones. Algunos incluso llegaron a despreciarlo debido a esos rumores infundados, aunque fueran admiradores de sus obras previas. Roberto era uno de ellos. El viernes del último ataque se sintió tan molesto, tan impotente, que en un arranque de ira quitó de su librero el libro más reciente del escritor de Valle Negro y lo despedazó, lo azotó y lo arrojó fuera por su ventana.


Se quedó dormido con el coraje esparcido y recorriéndole aún el cuerpo, con un enojo que lo noqueó repentinamente, y al día siguiente se levantó con un dolor de cabeza tan peculiar de quienes pasaron la noche sufriendo. Bajó a desayunar y no encontró a nadie en casa. Después salió a su puerta para recoger el correo, y sin querer desvió la vista hacia el jardín bajo su ventana. No halló el libro por ningún lado, salvo un par de hojas arrugadas y rotas, que estaban a punto de volarse con el viento. Se acercó lentamente a recogerlas, las tomó entre sus manos y las leyó. Eran dos hojas en blanco, y en una de ellas sólo aparecía la dedicatoria: “Para Roberto”. Sorprendido de que su nombre apareciera escrito, muy seguro de que eran las mismas páginas del libro que aventó la noche anterior, se quedó perplejo ante las hojas y se quedó observándolas varios instantes. Las arrugó y desechó en el bote de basura de la calle, poco antes de que pasara el camión y se las llevara.


Pasó la tarde fuera de casa, y cuando regresó por la noche entró cansado a su cuarto. Se acostó en la cama, se estiró y cerró los ojos por un momento. Cuando los abrió, dirigió su mirada al librero, donde halló el espacio vacío del libro cubierto otra vez por éste. Asustado, bajó corriendo las escaleras hacia donde estaban sus padres cenando, y les preguntó por el libro. Ellos dijeron que no sabían nada de eso, que no lo habían recogido ni recolocado. Subió al cuarto una vez más y esta vez lo despedazó, rompió sus páginas en pedacitos y lo arrojó aun más lejos por la ventana.


A la mañana siguiente, apareció de nuevo en el librero, perfectamente acomodado, como si fuera recién comprado y con la misma dedicatoria en la quinta página: Para Roberto.

Comments


Entradas Destacadas
Etiquetas
bottom of page