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Recuperación

  • Mauricio Romo López Arce
  • 13 jun 2017
  • 2 Min. de lectura

La señora Forbes despertó sobresaltada en su cama del hospital, sudando a chorros y empapando las sábanas blancas. Era la tercera noche que tenía pesadillas y la obligaban a levantarse abruptamente en medio de la noche. Abrió los ojos y tuvo dificultad para respirar, por el susto que tuvo en sueños. Se tranquilizó, y cuando se obligó a hacerse entender que había sido sólo un sueño y que ahora se encontraba a salvo en la realidad, un escalofrío que recorrió su cuerpo la hizo tener el presentimiento de que ni siquiera en la realidad estaba segura.


Miró hacia la ventana de su habitación y vio la luz que se colaba del faro en la acera de enfrente. Se quedó contemplándola en medio de la oscuridad mientras pensaba que estaba a pocos días de ser dada de alta, tras el terrible accidente que sufrió en su casa cuando todos los objetos en su oficina cobraron vida y se lanzaron contra ella. O al menos eso es lo que recordaba poco antes de romper la ventana y caer desde el primer piso hacia el césped.


El diagnóstico: una pierna fracturada, un hombro dislocado y severos cortes en varias zonas del cuerpo. Por fortuna para ella (o por desgracia, pensarían algunos) seguía viva. Había logrado sobrevivir y fue llevada de urgencias al Hospital General de Valle Negro. Ahora, tres semanas después, estaba casi lista para salir de ahí.


La última noche, se durmió con el miedo de volver a tener la misma pesadilla recurrente. No quería cerrar los ojos por la ansiedad y el miedo de despertar agitada y apenas respirando. Pero no fue así. Durmió con tranquilidad, en completa oscuridad dentro de su cabeza, y de repente despertó. Cobró conciencia, pero no pudo abrir los ojos. Estaba paralizada. Ya había reaccionado, sentía su cuerpo encima de la cama, y estaba encerrada como en una jaula de fuerza que era su cuerpo. Se le había subido el muerto.


Permaneció así por pocos minutos, y cuando por fin su cuerpo cedió un poco logró abrir los ojos, sólo para desear no haberlos abierto. Frente a ella vio una sombra tenebrosa, inmóvil, sin forma fija, que estaba ante ella, contemplándola. No sabía qué era, pero transmitía una sensación de muerte. Dos horas después, cuando llegaron los médicos, la encontraron en shock, con los ojos casi saliéndose de sus órbitas, como si hubiera visto a la misma muerte.

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